Breve historia del barrio de Villa Urquiza

A mediados del siglo pasado, parte de los campos de tres grandes terratenientes de entonces: Micaela Banegas, Juan Santillán y Roberto Sebastián, terminaría sumando la vasta extensión que hoy comprende el barrio de Villa Urquiza.

La propiedad de Micaela Banegas tenía los siguientes límites: costa del Río de la Plata hasta las tierras de Manuel Lynch (linderas con el pueblo de San Martín), entre las actuales calles Monroe y Congreso (lindando al norte, en toda su extensión con los terrenos de Blas González, de Vicente Fernández y del doctor José María Cuenca). Esta última franja, que llegaba hasta la calle Republiquetas, muchos años después habría de ser popularmente conocida como La Siberia.

Durante gran parte del siglo XVIII, estas tierras (las de Banegas) pertenecieron a Sebastián Castilla, heredándolas luego sus hijos Clemente, Petronila y Domingo, quienes el 31 de julio de 1790 otorgaron escritura de venta a favor de Juan Andrés Banegas.

Al fallecer la señora Micaela Banegas, sus tierras pasaron a poder de su yerno, Laureano G. Oliver, y luego de la muerte de éste, ocurrida en 1867, sus descendientes las dividieron en grandes parcelas, las que fueron vendidas a Francisco Cayol (predio que daría origen a nuestro Barrio: treinta manzanas delimitadas por Roosevelt, Colodrero, Monroe, Alvarez Thomas, Congreso, Bucarelli, Pedro Ignacio Rivera y Altolaguirre) y a Francisco Chas e hijos, entre otros.

En cuanto a la fracción adquirida por Santillán, digamos que se trataba de una extensa lonja (Crámer hasta, aproximadamente, Artigas, entre Olazábal y Monroe).

Luego, los campos de Santllán fueron vendidos a Julio Cabrera, quien, después de destinarlos a la fruticultura por espacio de varios años, terminó fraccionándolos en hectáreas y poniéndolos en venta. Entre los compradores figuraron Santiago Rolland (Avenida Triunvirato hasta Ceretti, entre Olazábal y Monroe), Emilio C. Agrelo y otros.

Roberto Sebastián anexó, a sus ya considerables extensiones de tierras, la zona que vendría a estar delimitada por las actuales calles Crámer hasta algo más allá de la Avenida de los Constituyentes, entre La Pampa y Olazábal.

Varios años después de su muerte, sus familiares procedieron a la venta de algunas fracciones, las que fueron adquiridas por Vicente Chas, E. Lacroze y Pedro Delponti (este último, Bucarelli hasta Andonaegui, entre La Pampa y Juramento).

Fundación:

Las dos fechas que abarcan la vida de Francisco Seeber, considerado fundador del barrio Las Catalinas, son el 15 de noviembre de 1841 y el 13 de diciembre de 1913.

Hijo de alemanes, nació y murió en Buenos Aires. Cursó estudios en Alemania; actuó en la guerra del Paraguay, alcanzando el grado de capitán, y fue intendente municipal de nuestra Ciudad entre los años 1889 y 1890.

Dedicado con éxito al comercio, fue fundador y presidente de la empresa Muelles y Depósitos Las Catalinas S. A., situada en el entonces Paseo de Julio, a la altura de la calle Paraguay. Como este lugar era bajo y se hacía necesario rellenarlo, a fin de poder reconstruir los depósitos aduaneros perdidos durante un incendio, la mencionada empresa compró a Francisco Cayol un predio situado en el Cuartel Quinto del pueblo de Belgrano, partido del mismo nombre, paraje conocido como Lomas Altas, cuyo punto más alto estaba ubicado a 39 metros sobre el nivel del mar.

En un informe remitido al Directorio de la sociedad, Francisco Seeber certificaba dicha compra, la que luego habría de documentar en su libro Importancia económica y financiera de la República Argentina en el año 1888, donde en pág. 320, entre otras cosas, manifiesta: “La Empresa es, por otra parte, propietaria de 30 manzanas de tierra en la localidad de Belgrano”.

Y fue en esta propiedad donde se comenzó a extraer la tierra para el relleno de la zona portuaria; tierra con la que, también, se habrían de fabricar ladrillos para las nuevas construcciones.

La población inicial de la Villa, junto a los pocos habitantes de los predios rurales de la zona, estaba integrada por un contingente de 120 obreros – la mayoría, de nacionalidad italiana -, que habrían sido traídos al lugar por la empresa Las Catalinas. Estos terminaron afincándose, y trabajando, gran parte de ellos, en hornos destinados a la fabricación de ladrillos, con los que, además, llegaron a construir sus propias viviendas.

Una vez cumplidos sus propósitos, Seeber decidió vender los terrenos que tanta utilidad le habían aportado, comisionando al arquitecto Emilio Agrelo (su cuñado) para realizar las subdivisiones correspondientes antes de proceder al loteo.

El resultado fue el nacimiento del barrio Villa de las Catalinas, el que, según plano original de 1887, estaba formado por 30 manzanas.

Poco después, un segundo plano (en el que se anexan terrenos de Francisco Chas) nos habrá de mostrar un barrio de 66 manzanas, delimitado, en parte, por caminos ya existentes: Álvarez Thomas hasta Avenida de los Constituyentes, entre las vías del ferrocarril y Congreso.

El ferrocarril

Las vías del ferrocarril llegaban entonces hasta la calle Crámer, pasaban por el pueblo de Belgrano, y, a la altura de la actual Monroe, se dividían en dos ramales: uno se dirigía hacia San Isidro, y el otro llegaba hasta un precario paradero (futura estación Las Catalinas), para continuar luego rumbo a San Martín. Se lo conocía como El Poblador o Ferrocarril al Rosario.

El paradero estaba ubicado donde se encuentra hoy la estación, entre las calles Guanacache (actual Roosevelt), Bucarelli, Monroe y Avenida Triunvirato, predio que ocupa dos manzanas, aproximadamente.

Cruce de Álvarez Thomas y vías del ferrocarril, 1898.

Desde el nacimiento de nuestra Villa, fueron múltiples las gestiones realizadas con el objeto de instalar una estación ferroviaria, la que finalmente fue creada por el decreto del 7 de noviembre de 1888. La misma se habilitó el 13 de abril de 1889, estando limitada su construcción a dos amplios andenes de carbonilla, y una modesta casilla de madera destinada a boletería y sala de espera. Fue su primer jefe Luis Márquez.

Un desvío, sobre el lado de Guanacache, daba sobre un andén de quebracho, el que se utilizó durante varios años como playa de recepción de los trenes lecheros.

En 1904 la estación fue totalmente remodelada, realizándose, además, la reconstrucción de un pasaje subterráneo con salida hacia las calles Franklin D. Roosevelt (ex Guanacache) y Monroe.

La estación ferroviaria impulsó notablemente el avance del naciente poblado, ya que con anterioridad la única salida hacia la Ciudad consistía en llegarse hasta Belgrano y allí tomar el tren, lo que significaba tener que caminar 30 cuadras a través de baldíos y quintas, por caminos polvorientos y muchas veces a través de bañados casi infranqueables.

Los pobladores de aquellos tiempos tenían, pues, poco para elegir: breques, volantas, animales de silla, o, simplemente, optar por caminar.

Muchos años después, el constante crecimiento demográfico de la zona obligó a la Empresa del Ferrocarril Central Argentino (actualmente Bartolomé Mitre) a la construcción de una nueva estación de pasajeros, a la altura de la calle Roosevelt, entre Mariano Acha y Holmberg.

Dicha estación comenzó a prestar servicios el 10 de noviembre de 1933, con el nombre de Luis María Drago.

Fuente: Buenos Aires Historia